
www.ccss.sa.cr/.../noticias/2008/05/n_568.htm
Es un lento día de noviembre.
Mendocino.
Afuera, empieza la hora de la siesta.
Buscando puertos, una cuerda de cello
roza con el viento, la madera del alféizar.
En el mar turgente de tus pechos
te estoy navegando con las manos
impulsando, con mis besos, vientos cálidos
en la crujiente arena del desierto.
Despertás sobre el piso
ausente de silencios.
A pie,
medio vestida
intentás escapar con tu cadera
recogerte la cintura
abandonar las desnudeces
volver a protegerte con la ropa
de mi acoso, levantisco
por las olas de simunes y de zondas.
- Ya ni sé qué es lo que quiero-
dirá tu codo, infantilmente levantado
cubriéndote la boca
escondiéndote al deseo
tratando de dar explicaciones.
Arena temblante y huarpe dispersa por el cuerpo
arisca de ebriedades, en los pliegues de tu blusa
llorás en antigua lengua huanacache.
Encendés un cigarrillo…
El humo se enrosca,
desordenado
trepando la pared.
Con los brazos al costado de mi pecho
te contemplo, gitano, bereber ensimismado
araucano o huarpe, de cualquier modo
tontamente urbano de nuevo mal vestido
con mis ropas de ciudad.
Hacia un horizonte que tropieza en la ventana
sin poder sostenerme la mirada
escribís con el humo, que se pierde por el aire
lo que no podés decirme frente a frente
mirándote las manos, esquivándome la cara
preguntando si te entiendo.
Sigue el humo desordenado escapando de tu boca
trepando el horizonte marítimo de la angustia.
La cuerda de un cello sigue buscando puerto
alejándose del aire, saltando la madera del alféizar.
- Sí - te digo también yo, extrañamente fumando.
- Sé que te asustan los deseos cuando corren,
agitadas
las gotas saladas por tu espalda
al encenderse la vendimia epitelial de nuestros sexos.
Sé que mi abrazo te embriaga el paladar
más que los tintos de Perdriel.
O tal vez, sea mi lengua
deshaciéndole duraznos blancos a tu boca los que...
- No, pero no que no- dirás, argumentando- Es...
el calor de este verano apresurado.
No ves que el aire está muy quieto.
Las ventanas tan cerradas.
Debe ser la resolana que penetra por el cuarto.
Quita la respiración este viento insoportable.
Es la ropa tanta y apretada que me ahoga.
Escondido a lo largo del ruedo de tu falda
circundando tus piernas, sobre tus labios
suspirando con cada bocanada de humo
cada vez que encendés un cigarrillo
yo sé lo que te pasa.
Te lo explico nuevamente, de nuevo sin palabras
mientras el zonda, como cello, persiste en arañar
sobre el borde del alféizar
las ventanas de madera de la casa.
Siguen mis besos impulsando vientos cálidos.
Restalla, apagada, sobre el piso entablonado
la crujiente arena del desierto.
Más tarde
seguirá siendo noviembre.
Continuará, mendocino
este lento día apasionado.
Afuera
quieta
sin prisa
adormecida y urbana
como siempre
estará pasando la hora de la siesta.
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