miércoles, 11 de junio de 2008

Aquella primera vez, cuando éramos pendejos y queríamos cambiar el mundo, qué lo parió












El farol de la media cuadra se cuela por un resquicio de la cortina, dándonos una media luz tanguera. Después de un momento de duda, tapados hasta las cejas, separados, rígidos, me termino de desvestir, y luego, ya ambos totalmente desnudos, nos abrazamos para tiritar juntos con las pieles de gallina, (¿no era que se salva la vida de un congelado cuando uno se desnuda y se acuesta al lado? ¿Ah no? ¿ No necesariamente? No, porque el temblequeo es intenso)

(Yo hubiera necesitado algún instructivo extra, releer algún texto orientador, pedir un break antes que el cuerpo de la flaca se duplicara en el mío, porque sus piernas se enredaron en las mías impidiéndome hacer otro movimiento que no fuese el que la naturaleza, desbordada de teorías me marcaba. Antes de darme cabal cuenta de lo que estaba sucediendo, un largo suspiro entrecortado de mi parte despierta del ensueño a la flaqui.)

- ¿Terminaste? ¿Ya terminaste?.

- Sí, sí, lo siento, pucha mayo, lamento, es que no pude...

- No, no, está bien. Todo está bien, pero no te salgás, quedate dentro mío, por favor.

Con una dulzura más propia de su femineidad que de su experiencia, ella le busca secretos, paciente en su urgencia, tratando de volver a despertarle con suaves caricias cada parte del cuerpo. Le besa los párpados, las manos, cada uno de los dedos. Encadenada a sus piernas para no desacoplarse, se coloca por encima, duplicando con el de él su cuerpo liviano y delicado. Su espalda arqueada hacia arriba, apoyada las manos en sus hombros. Apenas desordenado el pelo le cae sobre su cara. Se lo lleva con una de sus manos hacia atrás.

Oculto el rostro en la penumbra, sus ojos lo miran con tan profunda intensidad, que, si solamente fuese esta vez, si nunca más tuviera la oportunidad de estar dentro del cuerpo de una mujer, habría bastado esta sola mirada de María para saber cómo es de inmensa la entrega, y exquisita la feminidad sensual con que lo están abrigando

Larga curva de feminidad, se insinúa con la clara luz de la mañana. Con el sol que poco a poco nos deslumbra, estirás los brazos para balancear el etéreo peso de tu cuerpo. Acariciando esa eternidad sensual, apenas limitada por la sutiles líneas de tus formas, despertás hacia el deseo. Anudando tu espalda de barco a mi cintura de puerto, enlazo mis piernas a la pasión marinera de tu barco.

- Boca de uvas maduras - digo apenas, en mi habla empobrecida por el vino de tu lengua. Aún así, pretendo ser poeta, embriagado por las rosas de tus formas, sintiendo tañer la música de tus piernas. Antes náufragos, ahora navegantes en bajeles de seda y fantasía, ebrios de mar y sedientos de distancias, al fin hemos vuelto para encontrarnos

- ¿Cuando escribiste eso?

- Antesdeanoche. Me había quedado mal por seguir recordando a Mariela mientras estoy con vos. Vos estabas muy dormida y yo no podía dormirme. Me senté en la cama y te miraba.

Te miraba.

No podía dejar de mirarte. Pensé… mucho tiempo ha pasado sin haber agradecido a la mujer infinita que sos. Y también que he sido muy injusto con tu ternura, y tu paciencia, cada vez que me asomaba y asoma la locura. Sí, si. Yo lo sé. No te olvidés que soy médico, y que no sea un doctor de la mente, no me impide ser consciente de mi estado psíquico. También de mi estado afectivo. Entonces, mientras te acariciaba la espalda, me surgió de repente el volver a escribir un poema, cuando recordé aquella primera y única vez que hicimos el amor.

Aparece en sus ojos una leve sonrisa giocondina. Baja entonces para besarme el labio que ya no siento para nada hinchado. Cubre mi boca con la suya, su lengua me dibuja un mundo dentro de la mía. Sus manos me acarician aquí y allá, o me pellizcan, me contornean una y otra vez. Su boca son dedos, sus dedos son lenguas, su cuerpo un calor de verano en enero que acuna mi sexo dormido en movimientos tibios y cadenciosos.

Con todo el tiempo del mundo contenido entre sus dedos y su lengua, su búsqueda será una progresiva estimulación sensorial en la conquista del deseo, hasta que las frazadas molesten, las sábanas estén de más, y vuelva a sentir la primitiva sensualidad de la desnudez.

Puedo entonces devolver cada una de sus caricias y pellizcos y ser paciente, tal como me acaban de enseñar, recorriendo con mis manos la lenta longitud de sus brazos y sus piernas. Con mi lengua marcar la dimensión de su cuello. Recorrer con mis manos sus hombros toroidales, madurar con su calor sus pechos de manzanas del Tunuyán.

Se detiene mi boca sedienta a beber de sus pezones maternales. Salgo del desierto en busca de los oasis que rodean su ombligo. Me río infantil con sus cosquillas, recubro de ternuras las curvas de su cintura y su cadera, llego con timidez de explorador hasta los rebeldes pelillos de su sexo. Nuevamente conectados con tal exacta intensidad, somos uno sólo, ya expectantes, ahora rugientes, más tarde silenciosos o jadeantes.

En total armonías de cielo azul y lluvia fértil, tierra y árbol, sol y luna, agua y verde, se curvan dialécticamente las geografías de nuestros cuerpos convirtiéndose en arco y en arquera, continente y contenida, barca y navegante, mar y acantilado...

Cuanto más haga el amor, más haré la revolución, cuanto más haga la revolución más me gustará hacer el amor. Amantes del mundo unidos, obreros y estudiantes se abrazan recordando a París 1.968. Hoy en la 5ª sección 1.976, somos más sabios que Ho Chi Min, más revolucionarios que Mao Tse Tung, menos anárquicos que Trotzky, más claros que Perón, tan contundentes como John William Cooke, más lógicos que Marcuse, y tan dialécticos como Marx, pero si Evita viviera sería montonera, y luche luche luche, no deje de luchar, por un amor libre, liberado y popular.

¡Abajo la guerra, ABAJO! ¡Arriba el amor, ARRIBA! ¡María: PRESENTE! ¡Juan: PRESENTE! Hasta la victoria: ¡SIEMPRE CARAJO!.

- Hasta la victoria…estee, ¡BUENO, QUÉ TANTO!. Vamos a cambiar la dictadura del proletariado por el socialismo del amor, María te quiero, Flaco te quiero. Estalla la revolución en nuestro cuarto y en todo el mundo. Fuera los yanquis de Viet Nam, ¡fuera!. En París ’68, ¡vive L’Revolución! ¿En Puerta de Hierro? No. ¿En Santa Clara? Sí. No fue posible en Bolivia, pero sí en la Sierra Maestra, también lo será en la casa de mi abuela, pero lejos de los panfletos y cerca de los cuerpos. Crearemos un nuevo idioma, revolucionando esta árida provincia del cullum desértico, inundando de ríos vitales al Valle de Huentota. Desterraremos el mapuche que tiene pocas esdrújulas. Reinventemos el Milcallac, que tiene pocas palabras. Vivan los pueblos originarios, el Inti y la Pachamama. Seamos huarpes laguneros como Huaquinchay, y no tehuelches terratenientes como Patoruzú. Prolonguemos a Huaymallén en un oasis irrigado que estire los verdes estivales hasta las lejanas Lagunas de Huanacache. Que en cada movimiento de nuestros cuerpos, los desiertos se humidifiquen y crezcan las uvas tintas, moscateles y blancas en los vinos nuevos. En cada golpe de reja, nuestros cuerpos entreguen una renovada oración a la Virgen de la Carrodilla, patrona de los viñedos, y del niño nuevo que algún día gestaremos, a medida que nuestros sexos se canten, agiten, y gozen tan plenamente como ahora. Vive el momento de hoy ¡como si fueras a morir mañana! ¿Y el de mañana? ¡Como si fueras a morir nunca!

La apasionada y mutua entrega comienza a darle vida a los afiches que alguna vez tuvimos en los muros de las casas o el partido. El Che Guevara, con su boina negra y estrella roja, nos sonríe de oreja a oreja. Enciende el habano, nos mira profundamente desde sus ojos esperanzados, levanta el puño izquierdo cerrado en alto y sin decirnos algo se vuelve feliz a Santa Clara. Atrás de él aparece un prolijo y engominado Perón, con reluciente uniforme de teniente general, haciendo encabritar su caballo pinto. Se saca la gorra de oficial, nos guiña el ojo y nos dice gardeliano, muchachos eso es lo que yo estaría haciendo, si tuviera veinte años menos. Pero tengan cuidado, compañeros. No quieran ser más peronistas que Perón. A su lado, una Evita pálida y ojerosa se desprende de los brazos del general, atenaza los suyos a los balcones de la Rosada. Desde allí , levantando ambas manos, pide silencio hacia la plaza, cuya muchedumbre la aplaude y ensordece con vítores y lágrimas. Ella los está buscando en la multitud y cuando los encuentra, desaparecen sus ojeras, sus pómulos se rellenan de calor, su energía de siempre la envuelve en un vaho de soles. La multitud rumorea, se calla, se desdibuja hacia un horizonte de banderas agitadas que pregonan las tres verdades de la patria. Su voz, habitualmente disfónica, resuena claramente haciendo innecesarios los micrófonos.

-Compañeros… silencio por favor. Les quiero declarar a estos jóvenes compañeros, Juan y María, que hoy han dejado de ser estúpidos e imberbes. Ustedes me han vuelto a la vida, muchachos, ustedes hoy, han derrotado a la muerte. No la desperdicien. Por eso llevaré en mis oídos vuestras palabras, vuestra militancia, y vuestro amor, que es la más maravillosa música del pueblo. ¡El amor todo lo puede compañeros, no se dejen engañar! Ámense, che. Quiéranse. Amen al pueblo, no lo traicionen. Sean más peronistas que Perón, carajo. Hasta la victoria, siempre en la lucha con ustedes, compañeros!

Cuerpo mendocino de mujer, dorado por el sol del casi otoño. Pleno y real, asimismo metafórico y geográfico me atrevo a compararte.

Voluptuosa forma de Altos Limpios la cadera. Frescura Huanacache de humedales en la lengua. Cintura fresca del Tunuyán. Espalda líquida del Atuel.

Lenta y montañosa orografía descubierta, Ojos del Salado son tus pechos.

Un Tupungato en erupción, el bajo de tu vientre. En la abrupta soledad de la entrepierna, selva púbica y desierta, entraré a fecundar por las hijuelas la cálida aridez de tu viñedo. Parrales y espaldares recorridos por mis manos serán, grano a grano, cosechados los racimos. Nuestros cuerpos ondularán, presagiando la vendimia.

Verbo o sustantivo, será en tu boca compañera, donde el vino nuevo me emborrache de coraje las palabra.







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Maestro por equivocación, jubilado de la docencia pero no de los aprendizajes, escribidor de textos y poesías, escapador cuando puedo de las alienaciones del System, prisionero de los afectos, esclavo de la honestidad, temeroso usuario de la palabra, contestatario cuando puedo y a veces quiero, especialmente vinófilo de los Rojos de Perdriel, salvo cuando "el agua brota pura y cristalina de la madre tierra", vividor consuetudinario y con suertes extraordinarias. Creo que todavía estoy vivo.En la primavera del 2.010 se me murió la poesía junto con unos cuantos pedacitos de corazón. Pero he vuelto, "cantando al sol como las cigarras", a sobrevivirme.

Así como soy

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