La vida era eterna en cinco minutos, Víctor Jara. Cinco minutos para Mariela, amaneciendo 1.973. Cinco minutos para María de Los Mares, y pasó 1.975. Cinco minutos con María Ave, y llegó ese absurdo julio de 1.977 pensando adónde ir con los dos pasajes en tren, comprados para intentar escaparle a las putas amapolas de plomo. ¿Qué sentido tenía encarar para el sur o para el norte, y poder escaparsee sólo? ¿Porqué aún sigo dando vueltas a la misma manzana, con esos pasajes abiertos en el corazón? Una cuadra para Mariela. Seguir. Una cuadra para María de Los Mares. Seguir. Una cuadra para María Ave.
¡ STOP !
Ella le cantaba desnuda a la luna y a los pájaros, cuando los monstruos de la noche sorprendieron su inocencia envolviéndola en la sombra mortal de una capucha. Ni tiempo tuvo de proteger sus piernas con vaqueros gastados cuando la metieron de prepo en aquel falcon verde.
Habían venido a robarle hasta el mismo grito, buscándole el habla con urgencias demenciales. Manos engarfiadas, uñas sucias y afiladas, golpes de furia enceguecida. Los ladrones de palabras querían otros nombres, una calle, una ciudad, un puerto, una habitación donde encontrarlos.
- ¡Hablá!. Y vos callada.
- ¡Hablá! Y vos callada.
Nunca se te escaparía un nombre, una calle, una ciudad, un puerto, sola en esa habitación de pared descascarada, donde sólo están tus gritos y el silencio enclaustrando el sol y los sentidos. Piel de aceituna. Regia carne. Flacos huesos opuestos a la sucia suela de los borceguíes engrasados. Músculos perversos que te infectan la cintura. Garras enguantadas que te hurgan las entrañas, y una sola carcajada
- ¡No sea caso que esta puta todavía esté embarazada!.
Vos pensabas ¿Dónde están el sol y la luna, las hierbas y los árboles? ¿Dónde los pájaros? ¿Y las nubes? ¿Y el amanecer en la montaña, y aquel río de agua clara?
Sólo setenta paredes y ninguna ventana contestaban. Sólo hierro, sólo el frío piso de cemento, sólo cables y voltaje, sólo golpes y silencio, y tu mansa estirpe huarpe que yergue una sonrisa denunciando.
- ¡Bajá la cabeza mierda! –
Te insultan con desprecio. Y azotan tu cuerpo, pero no se calman. Y beben de tu sangre, pero no se sacian. Y siguen tercas, tus piernas apretadas. Y siguen callados, tus labios de durazno. Cuanto mayor es tu silencio, más los envenena el rumor de tus cabellos, la suavidad de tu vientre, la ternura de tu boca, esa boca, que sigue obstinada en no decir una sola palabra. Sólo insultos, sólo golpes, sólo sangre en esa eterna pared descascarada.
¿Dónde fue que te llevaron? ¿En aquella casa, casi común como tantas otras casas sobre la Boulogne Sur Mer? ¿Es la casa de San Martín en Francia? No, es la casa de un sudaca, una casa de la infamia. ¿Fue más allá de la coqueta avenida rodeada por el mismo parque de enamorados donde te reías conmigo? ¿ O más arriba entre los cerros donde ahora vuelan los aviones de la muerte y antes tus pechos de pájaros volaban con los cóndores? Todavía no se si fue más allá o más acá. Cuesta la distancia de creer que nunca nadie vio nada. Que fue tan cerca del zoológico donde estos animales se reclaman un pedazo, un trofeo, una libra de tu carne atormentada
- Dénlen otro poco de máquina - ordena alguien como si nada.
- Esta mierdita todavía patalea -carcajea otro, subiéndose los pantalones, y otro alguien carajea en lenguaje cuartelero, mientras tironea de los dientes de tu boca y otro alguien te arranca el vello entre las piernas.
Y eso fue ayer, y eso es hoy, y no se se sabe si es de mañana o es de noche, pero tantos siguen abriendo tus rodillas que quisieran seguir apretadas.
- Dale mierdita, si vos ya estás acostumbrada – dicen los alientos putrefactos que te escupen en la cara. Envilecidos y como si nada, todos siguen sobre tu cintura y el cuello, y la suave curva de tu espalda. Una y otra vez, orgullosa, pequeña y trémula, amapola de todos tus pétalos deshojada. Una y otra vez enfrentándolos con débiles, pequeñas, imperceptibles espinas que apenas rasguñan los rostros sin rostro de las caras asesinas.
Mientras tanto pasa el tiempo pasando sin saber si está pasando. Si alguien vendrá para explicarte, si
- ¿Dónde estás, mamá? ¿Qué pasa con el tiempo?
- Pasa sin estar pasando niña. Sólo descansa. Mirá qué mullida está la cama de suaves plumas blancas.
- Pero Madre, si es el frío piso de cemento.
- Hija, bebe del agua fresca y clara.
- Pero Madre, si es mi sangre que se seca, sobre el borde de la pared descascarada.
- ¿Y qué pasa con el Sol ?
- Todavía hace sol mi niña chica.
Sol entre los soles encendidos por el cielo de Mendoza son tus ojos menos azules cada vez bajo los párpados, hinchados por los golpes. Encima de tu mirada un trapo sucio hace más negro el cielo de la noche. Debajo de la capucha negra aturde el silencio. Un alarido.
- ¿Alguien grita, madre? dice una boca hinchada. Boca que sigue obstinada, ausente de palabras.
-¿Mamá, ya es la hora de salir para la escuela?
- Sí, mi niña chica, aquí está tu té, y este pan con mermelada
Otro alarido y el corazón que se te escapa enloquecido y un médico policial que te revisa con la cara destapada
- Che, si no paran con la máquina se les queda.
- ¿Entonces ya es la hora por fin, de partir para escuela?
Débil piel, débil carne, débiles huesos opuestos a la sucia suela de las botas, a las negras garras enguantadas que por fin dejan de hurgarte las entrañas. Sólo acero. Solo voltajes y metal, y tu cintura desnudada
- ¿Dónde estás, Juan? ¿Y el sol y la luna, las hierbas y los árboles? ¿Dónde los pájaros, y las nubes, el río de Los Molles, y la montaña en Poterillos? Solo este agujero entre las piedras de Las Lajas, hecho de noche y sin testigos que se traga las palabras, y los gritos de tu boca sin un nombre que recuerde al menos el valor de tu silencio.
Eran apenas diecisiete años, de esta Mariela, o Juana, o Jaquelina, compañera, o camarada, o simple estudiante secundaria... nada de nada. Solamente una mujer pequeña, de cabello suelto al viento, por las calles de Mendoza, batallando contra las plazas de cemento, y amapolas en el pecho, y rosada de cintura, y amapolas en el pelo, y amapolas en el trigo dorados por el sol de esta Mendoza que a veces se me olvida que te olvida por un día, por un año, y ya pasaron treinta y mientras tanto se nos pasó el tiempo. Pasando sin saber se nos estuvo pasando si alguien vendrá para explicarnos, si
-¿Dónde estás mamá, qué pasó con nuestro tiempo?
- Pasó sin estar pasando niña, sólo descansa, mirá qué mullida está tu almohada de suaves plumas blancas.
Nada de aquello ha quedado. Ni mi casa, ni la tuya, ni las amapolas que te compraba en la vieja alameda, ahora desecada. Sólo algunas pocas mujeres de pañuelos blancos, que aun te siguen buscando.
Habrá un día, sin embargo, un día habrá, en que vendremos a nombrarte con los otro hijos que tuvimos, aquellos que aún viven de tu sol, con tu sonrisa entre las hierbas y los árboles del parque, los que vuelan como pájaros, sobre el valle de Los Molles, sobre cada uno de los ríos de agua clara, y en Potrerillos, en aquella la montaña de suave nieve blanca. En algún lugar cuando te encuentren, en ese lugar donde los pájaros de tus pechos dejaron de volar, y los soles ya no están, pero donde el agua será siempre fresca y clara.
Pero será sin olvido ni perdones, alumbrados con la luz de tu memoria. Así será, cuando te encuentren, cada marzo 24, cada marzo, abril o mayo silenciados, cada julio con vos y con la Eva. Y en setiembre, en cada primavera, porque si no yo, alguien vendrá a recordarte la palabra y a ponerte flores en el pelo y más flores en el cielo cuando descubramos en qué tierra sin un nombre te enterraron. Entonces podrá ser, será entonces que cantemos con el tuyo los otros treinta mil nombres .
Ahora debo irme, Maria Ave, nombre de pájaro, compañera o camarada, o simple estudiante secundaria. Dejaré por hoy esta memoria que me fatiga, pero sólo por hoy.
Seguramente mañana, con otros más que nos acompañan, te diremos hasta la victoria y siempre, por tu vida y tu memoria Ave, Mariela o Juana. O Carmen, o Jaquelina, compañera o camarada, o solamente mujer, o simplemente amada. Qué importa cómo te nombre, si te nombro con tu nombre junto con todos los nombres de los hombres que fueron Marios, Juanes o Joaquines y en estos eternos cinco minutos de una carta, una canción, una palabra, los sigamos recordando a todos, desde hace treinta años sin olvido ni perdones.
1 comentario:
Si llegaste hasta acá, dejá huella. "La arena es un puñadito, pero hay montañas de arena"
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