Misha, by domai.com
Esta mujer está desnuda
y sin embargo está despierta.
Me espera y sin embargo es solitaria.
Yo la he soñado y sin embargo
existe
existe
está llena de oceanía y acantilados celtas.
No debe ser ella la que me besó en la boca
se durmió en la esquina gris de una amapola
y bebió en el sol un fuego de otro mundo.
No, nada de eso
No.
se durmió en la esquina gris de una amapola
y bebió en el sol un fuego de otro mundo.
No, nada de eso
No.
Por eso su cadera es apenas una redondez
una silueta de curva, una locura geométrica
que desquicia al poeta mutado en matemático
que quiere medirla,
calificarla, centrarla en la lente
en el ojo, en el hueco de la mano izquierda
y seguir
puliendo esos detalles del fondo, la luz, el reflejo de la calle
que filtra con sus ruidos la ruidosa realidad
detalles que no son importantes, pero es que la altura, el talle
el ombligo
el pezón ahuecado que molesta molesta
molesto,
como sus labios, labios
esos labios apenas un rojizo
aleteo entre los dedos.
que quieren impedir que vuele como los pájaros
como las alas, sus brazos desnudos
son dos alas quietas
De pie, su boca que nunca besó la mía
es apenas una sonrisa de diamante
perfecto
perfecto
perfecta
y el incendio de su pelo
rojo,
rojizo,
de fuego
apaga el mar y me despierto soñando
que los sueños son perfectos perfectos
perfecta
y luego la pinta, la fotografía, la imprime en la tela
la dibuja en el aire, le suelta los dedos
talla la madera de un roble rojo de otoños, de fuegos
de longitudes y maltas, la acuna, se duerme en su cadera
que nos es tan redonda ni tan perfecta
pero qué importa
no importa su porte ni ese equilbrio en caída
hacia la oblicuidad de su hombro izquierdo
hacia abajo se cae, la endereza, sabe que ese porte del porte es importado
que se baje, que cambie el pie de apoyo, rutina, de nuevo, el otro pie, la boca el maquillaje etéreo sobre los labios, las medias, la cintura, el ombligo, la luz, la pantalla, la ventana.
Ella sigue allí, con su mirada interrogando
y yo me voy despertando
pero sigo soñando que estoy dormido
y ya no la dibujo, ni la pinto ni esculpo, ni discuto
sólo cruzo una que otra palabra
con la cálida sombra entre las sábanas.
Lleno otra vez el vaso de vidrio, de cristal, de diamante
abandono el pincel, el cincel, el óleo, las esencias arábigas del olivo
olvido la lente de la cámara,
se pasa molesto la mano
por su propios ojos, hinchados,
y se recuesta a beber su borrachera de maltas y de escocias
de rimas y música de palabras que trasnochado le han hecho creer
que es capaz de poseer el sueño perfecto perfecto
de una mujer cálida asomando entre las sábanas.
Como todo sueño de poeta
cierra la mano pero abre los dedos, y ella vuelve a volar
sobre sus párpados la canción de cuna
de una mujer perfecta perfecta perfecta
y vuela sobre el alféizar, desvaneciéndose en las sábanas de la noche.
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